Días de nervios estos últimos. O más bien de ajetreo. Entre unas cosas y otras siempre se dejan las pequeñas cosas para cuando menos tiempo se tiene, con la consecuencia ineludible de que se van amontonando en los últimos momentos, escapándose con su pequeño tamaño entre los dedos, dejando ese rastro invisible hecho de sensaciones imperceptibles de agua entre los dedos. Me da la sensación de que moriré dejándome algo en el tintero.
Escribo. Es tarde, más de media noche. Ella duerme a mi lado mientras me mira y ya me echa de menos. La comprendo. Ahora no existe el tiempo sin sus ojos. Recién terminados algunos asuntos monetarios, con el consecuente sinsabor que el vil metal y sus usureros dejan en los clientes, me he venido a tumbar para descansar la maltrecha espalda. Apoyado sobre las almohadas reflexiono cómo vamos llegando a cada rincón de nuestra vida, cómo nos vemos arrastrados por la corriente que se desplomará más abajo en cualquier cascada mientras la voluntad tan solo puede fingir, ilusa, que elige la corriente que la
defenestre.
Pero es mejor empezar por el principio.
Hacía frío. Esta primavera parece un otoño vestido de esperanza y se empeña en sorprendernos. Es
difícil concentrarse entre tanto no sé qué, tanta incertidumbre. Estás a lo tuyo, como ofendido por ser uno más sin intentar salir de nada. La oportunidad, quizás no la esperada, te sorprende en cualquier doblez de un papel mal fotocopiado. "¿Tú te vendrías a
Norteamérica este año?". Rápido, sin pasar por sustancias grises ni blancas que valgan, las sensaciones van de los tímpanos a la punta de la lengua. "¡Claro que sí!". Y te ves metido en algo que no se te habría ocurrido nunca. "Necesitamos un fotógrafo y nos sobra un sitio para dormir en los hoteles, pero...". Era demasiado bonito. Se ha activado ya la sustancia gris y los relámpagos corren tras los pensamientos sin poder darles caza. Viaje a
Norteamérica. A inventariar vegetación. A recorrer la costa entre Las Rocosas y las playas. ¡Y además de fotógrafo! ¿Estaré a la altura del espectáculo? Sin embargo tiene que haber un pero. Lo hay. "... pero has de terminar todo lo que está pendiente antes de irnos". Nada nuevo bajo el sol, que diría
Flanagan frente a la estampida de indios justo antes de sonar la corneta del séptimo de caballería. Tan solo hay que hacer en mes y medio el trabajo que tres personas tardarían tres meses en hacer decentemente. Estoy acostumbrado. España va bien.
Llega el poco dormir y el menos descansar. El dolor de espalda. O de mandíbula. La tensión de no terminar los imposibles. La frustración de no ser siquiera inmejorable. Las ganas de soltar dos hostias bien dadas. Así los pensamientos nocturnos se
atropellan. Tengo que hacer con tiempo esto, tengo que comprar aquello, tengo que arreglar esa otra cosa. Pero mañana no hay tiempo. Y hoy te sobrarán cosas que hacer para mañana. La cabeza se desquicia, no descansa, se atormenta. Ay, si al menos pudiera. Pero se acercan los cuarenta y cada vez necesitas más tranquilidad y tiempo, a pesar de la técnica depurada.
Y aquello no encuentra hueco. Las tardes no se quedan libres para bajar a Madrid. Los
jodidos bancos siguen sin abrir los sábados. Las facturas llegan. Cruzar la vía del tren empieza a parece la búsqueda de El Dorado. Por fin te atropellan las vísperas. ¡Tantas cosas sin hacer! Agarras el teléfono. Te conectas a
Internet. ¡Es imposible! Hay que firmar aquello, hay que llevar el otro papel, no abrimos esta tarde, cerramos a las siete, eso le va a tardar por lo menos una semana, pues sin
DNI no se puede hacer, vaya por dios, otro
jodido buitre se ha
toñao contra el puto molino de los
cojones.
El caso es que mal que bien vas saliendo de unos y otros, vas terminando las deudas, vas pagando facturas, vas besando los labios amados, sintiendo el roce de su piel.
La ciencia
geobotánica ha cambiado mucho con el paso de los años. Ahora es posible realizar con una máquina modesta operaciones que
Braun Blanquet hubiera tardado 10 tesis en soñar. La red de redes permite obtener en apenas unos segundos los datos pacientemente almacenados por lustros de lugares concretos en los que, muchas veces, un granjero aficionado o un maestro rural de escuela, han dedicado una vida a mirar día tras día su termómetro de máximas y mínimas y el pluviómetro de su jardín.
Loeffling tardó casi un año en cruzar de norte a sur Europa camino de las
Américas aprovechando el parsimonioso ritmo de su viaje para mandarle pliegos a su maestro,
Linneo, antes de comenzar su verdadero trabajo botánico al otro lado del
océano. Cuando ya en el siglo
XX Pius Font i
Quer recorría la
Península lo hacía en tren y burro. Ahora cogemos un avión y al día siguiente estamos al otro lado del mundo, montados en un coche que nos permite recorrer 600 Km al día de aquí para allá.
Nuestro viaje empezó mucho antes. No ya con los primeros trabajos sobre vegetación de
Norteamérica, algo que si nos remontamos ni siquiera seríamos capaces de plasmar en algo tan sencillo como un blog. Me refiero a esta expedición modesta. El cálculo paciente de docenas de índices
bioclimáticos a partir de unas pocas medias es la base científica de lo que vamos a realizar. Alguno de esos índices, el llamado
It (Índice de
Termicidad), denota, entre otras cosas, la
mediterraneidad de un clima. Vamos a visitar estaciones que a priori son mediterráneas. Pretendemos recoger de ellas los datos de la vegetación que las rodea, las formaciones vegetales que se corresponden con el clima concreto de esa estación. Cuantas más estaciones visitemos, más datos obtendremos. Con ellos, entre otras cosas, se pretende averiguar cuál será el índice
bioclimático más potente para predecir la vegetación, o qué combinación de índices. Quién sabe si aprovechando que el
Pisuerga pasa por
Valladolid, desarrollamos un modelo cartográfico lo suficientemente exacto.
Dentro de esta vorágine hacía falta alguien que supiera de qué va el tema, aunque sea por encima, y que supiera utilizar medianamente una cámara fotográfica para obtener imágenes con la suficiente calidad. Ahí parece ser que es donde entraba la necesidad de este esclavo de la luz.
Manolo, el jefe, es el que sabe. El que prepara todos los detalles y
distribuye el trabajo. El que más años lleva visitando aquellas tierras y más tiene estudiado, leído y razonado el proyecto en toda su magnitud.
Juan Luís es el
estadístico y, dice él, vete tú a saber, el encargado de las determinaciones.
Miguel Ángel es el doctorando.
Mexicano y de formación en musgos, parece que se encontró con la oportunidad de hacer una tesis, cosas
difícil en su país, y se vino para acá.
Yo soy... bueno, el anejado. El que no ha ido nunca ni sabe de qué va aquello, pero tiene formación botánica y en fotografía. Pero sobre todo el que estaba en el lugar exacto y en el momento adecuado. Más allá de todo objetivo o aspiración científica, mi idea es disfrutar.
Ahora está
bocabajo, a mi lado. Roza casi imperceptible mi pierna con su mano. Su respiración tranquila acaricia el vello de mi muslo. Me gusta mirar como duerme. Me gusta que me despierte mil veces dando vueltas hasta que cae dormida. Me gusta
desarroparme despacio para no despertarla a la búsqueda de aire fresco. Esta noche abriré la ventana para que entre el fresco. Cogeré su mano. Dormiremos juntos.