sábado, junio 28

Los grandes bosques del norte (23 de junio)

Hoy bajamos por la costa pacífica hasta Aberdeen. Atravesamos las Montañas Olímpicas.
La carretera en principio las bordea. Va de lago en lago, siempre socavando enormes bosques. Te das cuenta cuando estás dentro o fuera del Parque Nacional de las Montañas Olímpicas porque aquí se manejan mucho los bosques. Bueno, aquí a manejarlos se refieren a cortar cada 100 años. En aproximadamente 10 tienen un bosquecito mixto del tamaño de nuestros pinares. Cuando los cortan, al cabo del siglo, los árboles miden más de 50 metros.. Sin embargo, dentro del Parque el manejo consiste en no tocar nada. Por eso te avisan que andes en grupos y no dejes a los niños solos. El puma está al acecho. Los ciervos machos de por aquí suelen tener mala leche y atacar a los descuidados. Los osos van a los merenderos a por comida, como Yogy. Es más fácil ver aquí un bicho que encontrarnos a la Pantoja en la tele.
Subimos a la cabecera del Hoh River. Aquí están las Pseudotsugas más grandes. Pedazo de árboles de 90 metros. Pero no una. Un bosque de gigantes es lo que hay aquí. Desde este lugar sale además una ruta que sube a los glaciares de la Montaña Olímpica y desde allí a la cumbre. Qué ganas de hacerla, pero son varios días y se necesita equipo de escalada en hielo, con cuerdas incluidas. En otra ocasión será. Queda apuntada.











El resto del día ha sido de mucha carretera por sitios muy manejados, con bosques talados y de diferentes edades de corta.

Entrada en la América profunda (22-de junio)

Tomamos desde Victoria el ferry a Port Angel. Volvemos a los Estados Unidos después de andar de aquí para allá por esta isla del Canadá. Hoy nos aproximaremos a las Montañas Olímpicas.
Tras todo el día arriba y abajo por la costa, subimos por fin a Hurracain Creek. La subida nos lleva en unos pocos kilómetros desde Port Angel, en la costa, hasta el corazón de las montañas Olímpicas. Los bosques de abetos todo tipo de abetos, arces, alisos, se hacen enormes, muy naturales. Al subir el bosque se va tornando más hostil. El viento limpia de ramas las copas. El paisaje se encajona, más por la elevación de estos antiguos volcanes que por el socavamiento de los ríos. Las cumbres, y no solo ellas, están nevadas.
Cuando paramos en Hurracain Creek podemos pisar los neveros. Alguna hembra de ciervo cruza el aparcamiento de uno a otro lado. El paisaje es imponente. A lo lejos se ve incluso uno de los glaciares que nacen en el Monte Olímpico, cuya cumbre se adivina aún entre las nubes. Sobrecoge ver el mar desde este ambiente alpino que en la Península solo podemos comparar con el de Pirineos.







Al bajar de nuevo a dormir a Por Angel lo único que encontramos abierto para cenar es el “Nick’s Cassino”. No os creáis, son solo las nueve y media, pero aquí a esas horas, todavía de día, la gente está en casa esperando a dormirse.
No sé lo que os pasaría a vosotros, pero a mí me sorprendió encontrar un garito como este en mitad de una pequeña ciudad portuaria. Os cuento.
Para que os hagáis una idea, la América rural es como en las pelis. Casas bajas de madera, muy cutres, con un jardincillo alrededor. Lo único que te señala que estás en una ciudad y no en el campo es que te los jardines son más pequeños y las casas están más juntas. Además, todas tienen su McDonald’s y sus pizzerías y sus supermercados y sus restaurantes mexicanos. En mitad de esta zona, porque todas se encuentran más o menos en la misma calle, y como si fuera un pizzahut más, uno de los carteles luminosos, algo cutrillo, nos anuncia “Nick’s Cassino”.
Al llegar el portero, un tipo rubio de 1,90 de alto y metro y pico de espaldas, sacaba a un borracho a empujones. A nosotros, sin embargo, nos puso una cara agradabilísima. El garito estaba dividido en dos zonas. A la derecha el bar, con unas mesas típicas de por aquí, a lo burriquín, para que hagáis el símil, y unos pechos enormes con una rubia detrás que nos sirve la cena. A la izquierda seis mesas de “Spanish 21”, o lo que siempre ha sido en las pelis el “Black Jack”, y un montón de yanquis apostando en ellas, con la voz muy comedida en un tono bajito, solo roto por alguna risa al ganar, pocas veces, eso sí.
El punto de la noche nos lo dio un tipo con sombrero tejano, botas de montar, una gabardina de cuero y un bigote a lo Saballas. El vaquero pidió fichas en la caja protegida con una reja y una cerveza en la barra del bar. Se sentó en un taburete apoyado en sus antebrazos a mirar a los crupieres con cara de póker. Cuando nos fuimos aún seguía allí.