viernes, julio 4

Entre gigantes (27 de junio)

La sequoya es un arbol que hay que verlo. Más alto que cualquier otro y formando bosques de inmensos árboles de más de 100 metros. Son bosques de niebla. Su humedad es imprescindible para soportar la necesidad de agua de estos gigantes. Los troncos son rectos. Imponentes. Interminables. Sobrepasan los 100 metros en muchos ejemplares. Crecen en un año aproximadamente 2 piés, lo que viene siendo casi un metro.
Estos bosques forman parte del llamado "Red Wood Forest" y están protegidos gracias a una sociedad benéfica que empezó a comprar bosques a las madereras ya en el siglo XIX y aún lo siguen haciendo, donándolos después al gobierno. Se calcula que el 3% de estas sequoyas tienen más de 1.000 años, pero lo más sorprendente, si os parece poco eso, es que el 15% tinen más de 700 años y el 75% están entre los 200 y los 700 años. Vamos, que cuándo Colón llegó a América estos árboles ya eran viejos.





El resto del día ha hecho que nos quitemos los forros por primera vez. Hemos cambiado a un valle interior, el del Río Willamette, a escasos 50 Km de la costa, y nos hemos metido de lleno en el ambiente mediterráneo, muy caluroso. Es este el ambiente del Oregón que sale en las pelis de vaqueros. En estas tierras fue donde Paul Bunyard y su toro azul sembraron de lagos las montañas, desde aquí hasta el Canadá. Este personaje de leyenda es la mascota de toda esta tierra.

De leones y gigantes (26 de junio)

Hoy llegamos a California bajando por la costa de Oregón. Playas interminables entre cabos que se continúan en el mar por rocas enormes en las que rompen las olas. Hubo un tiempo en el que el nivel del mar estuvo unos 120 metros más alto y en su bajar fue labrando un acantilado de cientos de kilómetros deshecho en playa más abajo. En algunas zonas, el mar ha horadado cavernas en este acantilado.
Las zonas más rocosas y aisladas son aprovechadas por las focas y los leones marinos para establecer sus colonias. En una de estas áreas los estadounidenses, muy organizados para todo, y he de decir que muy bien organizados y respetuosos, han hecho un mirador. Desde él se ve a cientos de leones marinos en las rocas, nadando, jugando. Los norteamericanos han hecho aquí una cosa envidiable. han horadado en la roca, hasta una cueva de acceso solo desde el mar, un ascensor bajo el cual hay un centro de interpretación de los leones marinos y un pequeño mirador a la cueva. En ella un macho con su harén gruñe y cuida de ellas mientras cientos de frailecillos vienen de aquí para allá a sus nidos en las paredes de la cueva.



Más adelante nos adentramos en las Klamats. Son estas unas montañas paralelas a la costa a medio camino entre Las Montañas Cascadas y las playas. Aquí empieza el mundo del mediterráneo en esta costa pacífica. La diferencia con la Península Ibérica es que en la zona europea los bosques tienden a tener solo encinas, o solo pinos, o solo robles. Sin embargo, por estos lares hay en cada bosque ocho o diez especies distintas de árbol compitiendo unas con otras por dominar el dosel, alcanzando algunas unos 30 o 40 metros. Otro atractivo de estas montañas Klemat que mañana seguiremos disfrutando son los paisajes. Son estas sierras boscosas las que solían servir de decorado natural a las pelis de vaqueros. Enormes valles enmarcadas por montañas cubiertas de bosques y ríos torrenciales de 100 metros de ancho. Algo que debía ser una maravilla para aquellos primeros colonos.
En los bosques de la costa, a esta latitud, es donde están las Sequoyas, parientes de aquellos otros Sequoyadendron giganteum de la Sierra Nevada californiana que les cabía un coche por un agujerito del tronco, tomándose como los seres vivos más voluminosos de la tierra, si bien estas Sequoyas de la costa son los más altos. Hoy hemos visto algunas, pero mañana visitaremos el "Red Wood" en donde está la llamada "Avenida de los Gigantes", hogar de las más grandes de estas enanas de más de 100 metros. Ya os contaré.

La América más profunda (25 de junio)

Otro día de saladares. Estos se disponen en la desembocadura de los grandes ríos, que es donde se acumula la arena. El más grande de ellos es el Columbia. Es la frontera además entre los estados de Wasington y Oregón, por el que seguiremos bajando hacia el sur. Este río es enorme, inmenso, grandísimo. Fue recorrido por dos exploradores desde su nacimiento a la desembocadura: Lewis y Clarck. Para la gente de por aquí fue una expedición que creó una nación. En su diario escribieron que todos los indios que iban encontrando eran gente amable y muy hospitalaria. Ahora apenas quedan indios, después de “civilizarlos”.
Lo de los saladares no es lo mío. Me aburren, que queréis que os diga. Lo único es que sí he podido sacar alguna foto de la costa que se va haciendo salvaje. Hemos visto leones marinos de lejos, flamencos, miles de aves. Pero lo más impresionante son las islitas que se quedan aisladas de la tierra por la erosión del mar.





Hemos dormido en un pequeño pueblito a la desembocadura de un río. El nombre de ambos da igual en este caso. Solo decir que estamos en la América más profunda. El hotel es similar al de El Resplandor. Un pasillo enorme con habitaciones a ambos lados, moqueta mullida en el suelo. En las habitaciones, como en todas las de los Estados Unidos, un ejemplar de la “Holy Bible”.
Hemos ido a cenar a un sitio que nos han dicho que estaría abierto (las nueve por aquí, como ya os escribí, es muy tarde). Desde fuera el sitio prometía. Letrero de neón sobre una fachada de madera con una única puerta en el centro, sin ventanas. La barra estaba a la derecha, con una mesas a la izquierda. Al fondo, bajo dos escalones y protegido por una red llena de neones anunciando cervezas, unas mesas de billar en las que una chica de unos 25 años y 130 kilos jugaba con su novio. Junto a las mesas, una abuelita vestida de vaquera manoseaba un amplificador y unos micros.
Nos sentamos a cenar. La camarera nos ofrece el plato del día. No sé qué de chiken. Pedimos cervezas. Mientras esperamos el primer plato la abuelita del amplificador pone música y empieza a cantar country. Es un caraoke.
A la izquierda un tipo se deja el suelo en una tragaperras. En la barra otro con gorra habla con una rubia. Sentado en una mesa un chaval de unos 20 con barba bebe cerveza solo. Aquí y allá parejas o grupos de gente de todas las edades. Se van animando. Siempre cantan country, pero del melancólico, del duro, canciones tristes. Sale a relucir Ray Charles, Cat Stevens, Tom Petty, Kris Kristofferson. Nosotros disfrutamos de la cena, auténtico pollo de Oregón con cerveza Bud. Auténtico ambiente de garito profundo. Auténtico, todo auténtico.
Es curiosa la gente de por aquí. Parecen tener asumido su rol en el mundo. Como si se conformaran con lo que son y lo que les espera. Pero lo mejor de todo es que parece que les gusta. Se sienten orgullosos de su música, de cantar a un día lluvioso en Georgia, a su chica que le besó una vez y desapareció, a los bosques de Oregón, a las praderas de Texas. Sin embargo son trabajadores. Los tíos curran 6 días a la semana 10 horas, en los supermercados ves a gente de todas las edades haciendo todos los oficios. Aquí no te prejuzgan por tu edad, sino por tus capacidades, y parece que todos tienen su sitio. Bueno, eso por aquí, por el norte y en el mundo rural, donde no hay apenas inmigración y el toque exótico lo ponen los indios, los únicos que pueden poner casinos en sus reservas y vender fuegos artificiales. Es a lo único que se dedican. País de contrastes este, de verdad. Gusta y da pena. Extraña y da miedo. Hay que venir a verlo.

Empiezan los saladares (24 de junio)

El día ha sido menos espectacular que los anteriores. Hemos llegado al mar. Yo no soy muy de costa. Vamos a pasar unos días haciendo saladares por la costa pacífica. Mas hostil este con un nombre muy mal puesto. El viento no para, frío y fuerte, desde el mar. Además la época no es siquiera buena para ver aves, porque están todas en el norte criando. Estos días cansan más que otra cosa. Lo único, la espectacularidad del mar por estos lares. Increíble.

sábado, junio 28

Los grandes bosques del norte (23 de junio)

Hoy bajamos por la costa pacífica hasta Aberdeen. Atravesamos las Montañas Olímpicas.
La carretera en principio las bordea. Va de lago en lago, siempre socavando enormes bosques. Te das cuenta cuando estás dentro o fuera del Parque Nacional de las Montañas Olímpicas porque aquí se manejan mucho los bosques. Bueno, aquí a manejarlos se refieren a cortar cada 100 años. En aproximadamente 10 tienen un bosquecito mixto del tamaño de nuestros pinares. Cuando los cortan, al cabo del siglo, los árboles miden más de 50 metros.. Sin embargo, dentro del Parque el manejo consiste en no tocar nada. Por eso te avisan que andes en grupos y no dejes a los niños solos. El puma está al acecho. Los ciervos machos de por aquí suelen tener mala leche y atacar a los descuidados. Los osos van a los merenderos a por comida, como Yogy. Es más fácil ver aquí un bicho que encontrarnos a la Pantoja en la tele.
Subimos a la cabecera del Hoh River. Aquí están las Pseudotsugas más grandes. Pedazo de árboles de 90 metros. Pero no una. Un bosque de gigantes es lo que hay aquí. Desde este lugar sale además una ruta que sube a los glaciares de la Montaña Olímpica y desde allí a la cumbre. Qué ganas de hacerla, pero son varios días y se necesita equipo de escalada en hielo, con cuerdas incluidas. En otra ocasión será. Queda apuntada.











El resto del día ha sido de mucha carretera por sitios muy manejados, con bosques talados y de diferentes edades de corta.