La sequoya es un arbol que hay que verlo. Más alto que cualquier otro y formando bosques de inmensos árboles de más de 100 metros. Son bosques de niebla. Su humedad es imprescindible para soportar la necesidad de agua de estos gigantes. Los troncos son rectos. Imponentes. Interminables. Sobrepasan los 100 metros en muchos ejemplares. Crecen en un año aproximadamente 2 piés, lo que viene siendo casi un metro.
Estos bosques forman parte del llamado "Red Wood Forest" y están protegidos gracias a una sociedad benéfica que empezó a comprar bosques a las madereras ya en el siglo XIX y aún lo siguen haciendo, donándolos después al gobierno. Se calcula que el 3% de estas sequoyas tienen más de 1.000 años, pero lo más sorprendente, si os parece poco eso, es que el 15% tinen más de 700 años y el 75% están entre los 200 y los 700 años. Vamos, que cuándo Colón llegó a América estos árboles ya eran viejos.
El resto del día ha hecho que nos quitemos los forros por primera vez. Hemos cambiado a un valle interior, el del Río Willamette, a escasos 50 Km de la costa, y nos hemos metido de lleno en el ambiente mediterráneo, muy caluroso. Es este el ambiente del Oregón que sale en las pelis de vaqueros. En estas tierras fue donde Paul Bunyard y su toro azul sembraron de lagos las montañas, desde aquí hasta el Canadá. Este personaje de leyenda es la mascota de toda esta tierra.
viernes, julio 4
De leones y gigantes (26 de junio)
Hoy llegamos a California bajando por la costa de Oregón. Playas interminables entre cabos que se continúan en el mar por rocas enormes en las que rompen las olas. Hubo un tiempo en el que el nivel del mar estuvo unos 120 metros más alto y en su bajar fue labrando un acantilado de cientos de kilómetros deshecho en playa más abajo. En algunas zonas, el mar ha horadado cavernas en este acantilado.
Las zonas más rocosas y aisladas son aprovechadas por las focas y los leones marinos para establecer sus colonias. En una de estas áreas los estadounidenses, muy organizados para todo, y he de decir que muy bien organizados y respetuosos, han hecho un mirador. Desde él se ve a cientos de leones marinos en las rocas, nadando, jugando. Los norteamericanos han hecho aquí una cosa envidiable. han horadado en la roca, hasta una cueva de acceso solo desde el mar, un ascensor bajo el cual hay un centro de interpretación de los leones marinos y un pequeño mirador a la cueva. En ella un macho con su harén gruñe y cuida de ellas mientras cientos de frailecillos vienen de aquí para allá a sus nidos en las paredes de la cueva.
Más adelante nos adentramos en las Klamats. Son estas unas montañas paralelas a la costa a medio camino entre Las Montañas Cascadas y las playas. Aquí empieza el mundo del mediterráneo en esta costa pacífica. La diferencia con la Península Ibérica es que en la zona europea los bosques tienden a tener solo encinas, o solo pinos, o solo robles. Sin embargo, por estos lares hay en cada bosque ocho o diez especies distintas de árbol compitiendo unas con otras por dominar el dosel, alcanzando algunas unos 30 o 40 metros. Otro atractivo de estas montañas Klemat que mañana seguiremos disfrutando son los paisajes. Son estas sierras boscosas las que solían servir de decorado natural a las pelis de vaqueros. Enormes valles enmarcadas por montañas cubiertas de bosques y ríos torrenciales de 100 metros de ancho. Algo que debía ser una maravilla para aquellos primeros colonos.
En los bosques de la costa, a esta latitud, es donde están las Sequoyas, parientes de aquellos otros Sequoyadendron giganteum de la Sierra Nevada californiana que les cabía un coche por un agujerito del tronco, tomándose como los seres vivos más voluminosos de la tierra, si bien estas Sequoyas de la costa son los más altos. Hoy hemos visto algunas, pero mañana visitaremos el "Red Wood" en donde está la llamada "Avenida de los Gigantes", hogar de las más grandes de estas enanas de más de 100 metros. Ya os contaré.
Las zonas más rocosas y aisladas son aprovechadas por las focas y los leones marinos para establecer sus colonias. En una de estas áreas los estadounidenses, muy organizados para todo, y he de decir que muy bien organizados y respetuosos, han hecho un mirador. Desde él se ve a cientos de leones marinos en las rocas, nadando, jugando. Los norteamericanos han hecho aquí una cosa envidiable. han horadado en la roca, hasta una cueva de acceso solo desde el mar, un ascensor bajo el cual hay un centro de interpretación de los leones marinos y un pequeño mirador a la cueva. En ella un macho con su harén gruñe y cuida de ellas mientras cientos de frailecillos vienen de aquí para allá a sus nidos en las paredes de la cueva.
Más adelante nos adentramos en las Klamats. Son estas unas montañas paralelas a la costa a medio camino entre Las Montañas Cascadas y las playas. Aquí empieza el mundo del mediterráneo en esta costa pacífica. La diferencia con la Península Ibérica es que en la zona europea los bosques tienden a tener solo encinas, o solo pinos, o solo robles. Sin embargo, por estos lares hay en cada bosque ocho o diez especies distintas de árbol compitiendo unas con otras por dominar el dosel, alcanzando algunas unos 30 o 40 metros. Otro atractivo de estas montañas Klemat que mañana seguiremos disfrutando son los paisajes. Son estas sierras boscosas las que solían servir de decorado natural a las pelis de vaqueros. Enormes valles enmarcadas por montañas cubiertas de bosques y ríos torrenciales de 100 metros de ancho. Algo que debía ser una maravilla para aquellos primeros colonos.
En los bosques de la costa, a esta latitud, es donde están las Sequoyas, parientes de aquellos otros Sequoyadendron giganteum de la Sierra Nevada californiana que les cabía un coche por un agujerito del tronco, tomándose como los seres vivos más voluminosos de la tierra, si bien estas Sequoyas de la costa son los más altos. Hoy hemos visto algunas, pero mañana visitaremos el "Red Wood" en donde está la llamada "Avenida de los Gigantes", hogar de las más grandes de estas enanas de más de 100 metros. Ya os contaré.
La América más profunda (25 de junio)
Otro día de saladares. Estos se disponen en la desembocadura de los grandes ríos, que es donde se acumula la arena. El más grande de ellos es el Columbia. Es la frontera además entre los estados de Wasington y Oregón, por el que seguiremos bajando hacia el sur. Este río es enorme, inmenso, grandísimo. Fue recorrido por dos exploradores desde su nacimiento a la desembocadura: Lewis y Clarck. Para la gente de por aquí fue una expedición que creó una nación. En su diario escribieron que todos los indios que iban encontrando eran gente amable y muy hospitalaria. Ahora apenas quedan indios, después de “civilizarlos”.
Lo de los saladares no es lo mío. Me aburren, que queréis que os diga. Lo único es que sí he podido sacar alguna foto de la costa que se va haciendo salvaje. Hemos visto leones marinos de lejos, flamencos, miles de aves. Pero lo más impresionante son las islitas que se quedan aisladas de la tierra por la erosión del mar.
Hemos dormido en un pequeño pueblito a la desembocadura de un río. El nombre de ambos da igual en este caso. Solo decir que estamos en la América más profunda. El hotel es similar al de El Resplandor. Un pasillo enorme con habitaciones a ambos lados, moqueta mullida en el suelo. En las habitaciones, como en todas las de los Estados Unidos, un ejemplar de la “Holy Bible”.
Hemos ido a cenar a un sitio que nos han dicho que estaría abierto (las nueve por aquí, como ya os escribí, es muy tarde). Desde fuera el sitio prometía. Letrero de neón sobre una fachada de madera con una única puerta en el centro, sin ventanas. La barra estaba a la derecha, con una mesas a la izquierda. Al fondo, bajo dos escalones y protegido por una red llena de neones anunciando cervezas, unas mesas de billar en las que una chica de unos 25 años y 130 kilos jugaba con su novio. Junto a las mesas, una abuelita vestida de vaquera manoseaba un amplificador y unos micros.
Nos sentamos a cenar. La camarera nos ofrece el plato del día. No sé qué de chiken. Pedimos cervezas. Mientras esperamos el primer plato la abuelita del amplificador pone música y empieza a cantar country. Es un caraoke.
A la izquierda un tipo se deja el suelo en una tragaperras. En la barra otro con gorra habla con una rubia. Sentado en una mesa un chaval de unos 20 con barba bebe cerveza solo. Aquí y allá parejas o grupos de gente de todas las edades. Se van animando. Siempre cantan country, pero del melancólico, del duro, canciones tristes. Sale a relucir Ray Charles, Cat Stevens, Tom Petty, Kris Kristofferson. Nosotros disfrutamos de la cena, auténtico pollo de Oregón con cerveza Bud. Auténtico ambiente de garito profundo. Auténtico, todo auténtico.
Es curiosa la gente de por aquí. Parecen tener asumido su rol en el mundo. Como si se conformaran con lo que son y lo que les espera. Pero lo mejor de todo es que parece que les gusta. Se sienten orgullosos de su música, de cantar a un día lluvioso en Georgia, a su chica que le besó una vez y desapareció, a los bosques de Oregón, a las praderas de Texas. Sin embargo son trabajadores. Los tíos curran 6 días a la semana 10 horas, en los supermercados ves a gente de todas las edades haciendo todos los oficios. Aquí no te prejuzgan por tu edad, sino por tus capacidades, y parece que todos tienen su sitio. Bueno, eso por aquí, por el norte y en el mundo rural, donde no hay apenas inmigración y el toque exótico lo ponen los indios, los únicos que pueden poner casinos en sus reservas y vender fuegos artificiales. Es a lo único que se dedican. País de contrastes este, de verdad. Gusta y da pena. Extraña y da miedo. Hay que venir a verlo.
Lo de los saladares no es lo mío. Me aburren, que queréis que os diga. Lo único es que sí he podido sacar alguna foto de la costa que se va haciendo salvaje. Hemos visto leones marinos de lejos, flamencos, miles de aves. Pero lo más impresionante son las islitas que se quedan aisladas de la tierra por la erosión del mar.
Hemos dormido en un pequeño pueblito a la desembocadura de un río. El nombre de ambos da igual en este caso. Solo decir que estamos en la América más profunda. El hotel es similar al de El Resplandor. Un pasillo enorme con habitaciones a ambos lados, moqueta mullida en el suelo. En las habitaciones, como en todas las de los Estados Unidos, un ejemplar de la “Holy Bible”.
Hemos ido a cenar a un sitio que nos han dicho que estaría abierto (las nueve por aquí, como ya os escribí, es muy tarde). Desde fuera el sitio prometía. Letrero de neón sobre una fachada de madera con una única puerta en el centro, sin ventanas. La barra estaba a la derecha, con una mesas a la izquierda. Al fondo, bajo dos escalones y protegido por una red llena de neones anunciando cervezas, unas mesas de billar en las que una chica de unos 25 años y 130 kilos jugaba con su novio. Junto a las mesas, una abuelita vestida de vaquera manoseaba un amplificador y unos micros.
Nos sentamos a cenar. La camarera nos ofrece el plato del día. No sé qué de chiken. Pedimos cervezas. Mientras esperamos el primer plato la abuelita del amplificador pone música y empieza a cantar country. Es un caraoke.
A la izquierda un tipo se deja el suelo en una tragaperras. En la barra otro con gorra habla con una rubia. Sentado en una mesa un chaval de unos 20 con barba bebe cerveza solo. Aquí y allá parejas o grupos de gente de todas las edades. Se van animando. Siempre cantan country, pero del melancólico, del duro, canciones tristes. Sale a relucir Ray Charles, Cat Stevens, Tom Petty, Kris Kristofferson. Nosotros disfrutamos de la cena, auténtico pollo de Oregón con cerveza Bud. Auténtico ambiente de garito profundo. Auténtico, todo auténtico.
Es curiosa la gente de por aquí. Parecen tener asumido su rol en el mundo. Como si se conformaran con lo que son y lo que les espera. Pero lo mejor de todo es que parece que les gusta. Se sienten orgullosos de su música, de cantar a un día lluvioso en Georgia, a su chica que le besó una vez y desapareció, a los bosques de Oregón, a las praderas de Texas. Sin embargo son trabajadores. Los tíos curran 6 días a la semana 10 horas, en los supermercados ves a gente de todas las edades haciendo todos los oficios. Aquí no te prejuzgan por tu edad, sino por tus capacidades, y parece que todos tienen su sitio. Bueno, eso por aquí, por el norte y en el mundo rural, donde no hay apenas inmigración y el toque exótico lo ponen los indios, los únicos que pueden poner casinos en sus reservas y vender fuegos artificiales. Es a lo único que se dedican. País de contrastes este, de verdad. Gusta y da pena. Extraña y da miedo. Hay que venir a verlo.
Empiezan los saladares (24 de junio)
El día ha sido menos espectacular que los anteriores. Hemos llegado al mar. Yo no soy muy de costa. Vamos a pasar unos días haciendo saladares por la costa pacífica. Mas hostil este con un nombre muy mal puesto. El viento no para, frío y fuerte, desde el mar. Además la época no es siquiera buena para ver aves, porque están todas en el norte criando. Estos días cansan más que otra cosa. Lo único, la espectacularidad del mar por estos lares. Increíble.
sábado, junio 28
Los grandes bosques del norte (23 de junio)
Hoy bajamos por la costa pacífica hasta Aberdeen. Atravesamos las Montañas Olímpicas.
La carretera en principio las bordea. Va de lago en lago, siempre socavando enormes bosques. Te das cuenta cuando estás dentro o fuera del Parque Nacional de las Montañas Olímpicas porque aquí se manejan mucho los bosques. Bueno, aquí a manejarlos se refieren a cortar cada 100 años. En aproximadamente 10 tienen un bosquecito mixto del tamaño de nuestros pinares. Cuando los cortan, al cabo del siglo, los árboles miden más de 50 metros.. Sin embargo, dentro del Parque el manejo consiste en no tocar nada. Por eso te avisan que andes en grupos y no dejes a los niños solos. El puma está al acecho. Los ciervos machos de por aquí suelen tener mala leche y atacar a los descuidados. Los osos van a los merenderos a por comida, como Yogy. Es más fácil ver aquí un bicho que encontrarnos a la Pantoja en la tele.
Subimos a la cabecera del Hoh River. Aquí están las Pseudotsugas más grandes. Pedazo de árboles de 90 metros. Pero no una. Un bosque de gigantes es lo que hay aquí. Desde este lugar sale además una ruta que sube a los glaciares de la Montaña Olímpica y desde allí a la cumbre. Qué ganas de hacerla, pero son varios días y se necesita equipo de escalada en hielo, con cuerdas incluidas. En otra ocasión será. Queda apuntada.
El resto del día ha sido de mucha carretera por sitios muy manejados, con bosques talados y de diferentes edades de corta.
La carretera en principio las bordea. Va de lago en lago, siempre socavando enormes bosques. Te das cuenta cuando estás dentro o fuera del Parque Nacional de las Montañas Olímpicas porque aquí se manejan mucho los bosques. Bueno, aquí a manejarlos se refieren a cortar cada 100 años. En aproximadamente 10 tienen un bosquecito mixto del tamaño de nuestros pinares. Cuando los cortan, al cabo del siglo, los árboles miden más de 50 metros.. Sin embargo, dentro del Parque el manejo consiste en no tocar nada. Por eso te avisan que andes en grupos y no dejes a los niños solos. El puma está al acecho. Los ciervos machos de por aquí suelen tener mala leche y atacar a los descuidados. Los osos van a los merenderos a por comida, como Yogy. Es más fácil ver aquí un bicho que encontrarnos a la Pantoja en la tele.
Subimos a la cabecera del Hoh River. Aquí están las Pseudotsugas más grandes. Pedazo de árboles de 90 metros. Pero no una. Un bosque de gigantes es lo que hay aquí. Desde este lugar sale además una ruta que sube a los glaciares de la Montaña Olímpica y desde allí a la cumbre. Qué ganas de hacerla, pero son varios días y se necesita equipo de escalada en hielo, con cuerdas incluidas. En otra ocasión será. Queda apuntada.
El resto del día ha sido de mucha carretera por sitios muy manejados, con bosques talados y de diferentes edades de corta.
Entrada en la América profunda (22-de junio)
Tomamos desde Victoria el ferry a Port Angel. Volvemos a los Estados Unidos después de andar de aquí para allá por esta isla del Canadá. Hoy nos aproximaremos a las Montañas Olímpicas.
Tras todo el día arriba y abajo por la costa, subimos por fin a Hurracain Creek. La subida nos lleva en unos pocos kilómetros desde Port Angel, en la costa, hasta el corazón de las montañas Olímpicas. Los bosques de abetos todo tipo de abetos, arces, alisos, se hacen enormes, muy naturales. Al subir el bosque se va tornando más hostil. El viento limpia de ramas las copas. El paisaje se encajona, más por la elevación de estos antiguos volcanes que por el socavamiento de los ríos. Las cumbres, y no solo ellas, están nevadas.
Cuando paramos en Hurracain Creek podemos pisar los neveros. Alguna hembra de ciervo cruza el aparcamiento de uno a otro lado. El paisaje es imponente. A lo lejos se ve incluso uno de los glaciares que nacen en el Monte Olímpico, cuya cumbre se adivina aún entre las nubes. Sobrecoge ver el mar desde este ambiente alpino que en la Península solo podemos comparar con el de Pirineos.
Al bajar de nuevo a dormir a Por Angel lo único que encontramos abierto para cenar es el “Nick’s Cassino”. No os creáis, son solo las nueve y media, pero aquí a esas horas, todavía de día, la gente está en casa esperando a dormirse.
No sé lo que os pasaría a vosotros, pero a mí me sorprendió encontrar un garito como este en mitad de una pequeña ciudad portuaria. Os cuento.
Para que os hagáis una idea, la América rural es como en las pelis. Casas bajas de madera, muy cutres, con un jardincillo alrededor. Lo único que te señala que estás en una ciudad y no en el campo es que te los jardines son más pequeños y las casas están más juntas. Además, todas tienen su McDonald’s y sus pizzerías y sus supermercados y sus restaurantes mexicanos. En mitad de esta zona, porque todas se encuentran más o menos en la misma calle, y como si fuera un pizzahut más, uno de los carteles luminosos, algo cutrillo, nos anuncia “Nick’s Cassino”.
Al llegar el portero, un tipo rubio de 1,90 de alto y metro y pico de espaldas, sacaba a un borracho a empujones. A nosotros, sin embargo, nos puso una cara agradabilísima. El garito estaba dividido en dos zonas. A la derecha el bar, con unas mesas típicas de por aquí, a lo burriquín, para que hagáis el símil, y unos pechos enormes con una rubia detrás que nos sirve la cena. A la izquierda seis mesas de “Spanish 21”, o lo que siempre ha sido en las pelis el “Black Jack”, y un montón de yanquis apostando en ellas, con la voz muy comedida en un tono bajito, solo roto por alguna risa al ganar, pocas veces, eso sí.
El punto de la noche nos lo dio un tipo con sombrero tejano, botas de montar, una gabardina de cuero y un bigote a lo Saballas. El vaquero pidió fichas en la caja protegida con una reja y una cerveza en la barra del bar. Se sentó en un taburete apoyado en sus antebrazos a mirar a los crupieres con cara de póker. Cuando nos fuimos aún seguía allí.
Tras todo el día arriba y abajo por la costa, subimos por fin a Hurracain Creek. La subida nos lleva en unos pocos kilómetros desde Port Angel, en la costa, hasta el corazón de las montañas Olímpicas. Los bosques de abetos todo tipo de abetos, arces, alisos, se hacen enormes, muy naturales. Al subir el bosque se va tornando más hostil. El viento limpia de ramas las copas. El paisaje se encajona, más por la elevación de estos antiguos volcanes que por el socavamiento de los ríos. Las cumbres, y no solo ellas, están nevadas.
Cuando paramos en Hurracain Creek podemos pisar los neveros. Alguna hembra de ciervo cruza el aparcamiento de uno a otro lado. El paisaje es imponente. A lo lejos se ve incluso uno de los glaciares que nacen en el Monte Olímpico, cuya cumbre se adivina aún entre las nubes. Sobrecoge ver el mar desde este ambiente alpino que en la Península solo podemos comparar con el de Pirineos.
Al bajar de nuevo a dormir a Por Angel lo único que encontramos abierto para cenar es el “Nick’s Cassino”. No os creáis, son solo las nueve y media, pero aquí a esas horas, todavía de día, la gente está en casa esperando a dormirse.
No sé lo que os pasaría a vosotros, pero a mí me sorprendió encontrar un garito como este en mitad de una pequeña ciudad portuaria. Os cuento.
Para que os hagáis una idea, la América rural es como en las pelis. Casas bajas de madera, muy cutres, con un jardincillo alrededor. Lo único que te señala que estás en una ciudad y no en el campo es que te los jardines son más pequeños y las casas están más juntas. Además, todas tienen su McDonald’s y sus pizzerías y sus supermercados y sus restaurantes mexicanos. En mitad de esta zona, porque todas se encuentran más o menos en la misma calle, y como si fuera un pizzahut más, uno de los carteles luminosos, algo cutrillo, nos anuncia “Nick’s Cassino”.
Al llegar el portero, un tipo rubio de 1,90 de alto y metro y pico de espaldas, sacaba a un borracho a empujones. A nosotros, sin embargo, nos puso una cara agradabilísima. El garito estaba dividido en dos zonas. A la derecha el bar, con unas mesas típicas de por aquí, a lo burriquín, para que hagáis el símil, y unos pechos enormes con una rubia detrás que nos sirve la cena. A la izquierda seis mesas de “Spanish 21”, o lo que siempre ha sido en las pelis el “Black Jack”, y un montón de yanquis apostando en ellas, con la voz muy comedida en un tono bajito, solo roto por alguna risa al ganar, pocas veces, eso sí.
El punto de la noche nos lo dio un tipo con sombrero tejano, botas de montar, una gabardina de cuero y un bigote a lo Saballas. El vaquero pidió fichas en la caja protegida con una reja y una cerveza en la barra del bar. Se sentó en un taburete apoyado en sus antebrazos a mirar a los crupieres con cara de póker. Cuando nos fuimos aún seguía allí.
martes, junio 24
Recortando la isla de Vancouver (21 de junio)
Hoy vamos atravesando a lo ancho la isla varias veces.
Por la mañana subimos desde el lado este por un valle sazonado de lagos hacia Gold River. Durante el viaje los árboles son cada vez más espectaculares, subiendo por las rocas basálticas de estos antiguos volcanes hasta las cumbres nevadas.
A cada rato se nos atraviesan ciervos de todos los tamaños, incluso algún bambi. Se nos cruza una familia de perdices de por aquí que bautizamos como gallina tonta, porque la madre se ha quedado parada en mitad de la carretera. Menudo frenazo.
Al llegar al poblado de Gold River hacemos el breakfast en un típico bar de esta isla. Lo lleva Remi, un pintoresco lugareño que nos muestra un cuaderno para que le dejemos una firma y un álbum de postales que sus visitantes le han mandado desde medio mundo.
Los platos son copiosos y muy sabrosos. En mitad del almuerzo entra un indio local, místico y que habla poco. Parece colocado. Finalizada la comida el amigo Remi nos da una tarjeta para que le mandemos una postal. Me quedo de encargado.
Continuamos cruzando la isla hasta uno de los fiordos de la costa oeste. La carretera termina abruptamente junto al mar en un aeropuerto de hidroaviones, junto a una serrería. Al otro lado de la desembocadura del Gold River se ve una hermosa pradera que baja desde el bosque. En el medio un punto negro se mueve. Es un oso negro. Está un poco a tomar por culo, pero, qué demonios, tiro de cámara y a ver qué sale.
Volvemos a la carretera de la costa este hasta desviarnos de nuevo hacia el interior. Un nuevo valle, nuevos lagos. En mitad del camino llegamos a Cathedral Grove. Aquí las Pseudotsugas, un abeto de por aquí, miden 80 metros y tienen diámetros de 5 metros. El bosque parece sacado de la edad de los dinosaurios. El suelo está lleno de troncos de árboles caídos de 50 o 70 metros, cepas de inmensas moles arrancadas por las tormentas, helechos del tamaño de un almendro, etc. Sobre los troncos muertos, y gracias a la humedad, germinan los nuevos individuos que crecerán rectos hacia la luz de dosel, unos 60 metros más arriba. Este bosque está asentado sobre los cadáveres de sus antepasados. Estos arbolitos pueden llegar a vivir cerca de 1000 años, y en este enclave la mayoría tienen más de 700.
Bajamos finalmente a Victoria, la capital de la isla. Dormiremos aquí, si nos deja el club que hay bajo el hotel.
Por la mañana subimos desde el lado este por un valle sazonado de lagos hacia Gold River. Durante el viaje los árboles son cada vez más espectaculares, subiendo por las rocas basálticas de estos antiguos volcanes hasta las cumbres nevadas.
A cada rato se nos atraviesan ciervos de todos los tamaños, incluso algún bambi. Se nos cruza una familia de perdices de por aquí que bautizamos como gallina tonta, porque la madre se ha quedado parada en mitad de la carretera. Menudo frenazo.
Al llegar al poblado de Gold River hacemos el breakfast en un típico bar de esta isla. Lo lleva Remi, un pintoresco lugareño que nos muestra un cuaderno para que le dejemos una firma y un álbum de postales que sus visitantes le han mandado desde medio mundo.
Los platos son copiosos y muy sabrosos. En mitad del almuerzo entra un indio local, místico y que habla poco. Parece colocado. Finalizada la comida el amigo Remi nos da una tarjeta para que le mandemos una postal. Me quedo de encargado.
Continuamos cruzando la isla hasta uno de los fiordos de la costa oeste. La carretera termina abruptamente junto al mar en un aeropuerto de hidroaviones, junto a una serrería. Al otro lado de la desembocadura del Gold River se ve una hermosa pradera que baja desde el bosque. En el medio un punto negro se mueve. Es un oso negro. Está un poco a tomar por culo, pero, qué demonios, tiro de cámara y a ver qué sale.
Volvemos a la carretera de la costa este hasta desviarnos de nuevo hacia el interior. Un nuevo valle, nuevos lagos. En mitad del camino llegamos a Cathedral Grove. Aquí las Pseudotsugas, un abeto de por aquí, miden 80 metros y tienen diámetros de 5 metros. El bosque parece sacado de la edad de los dinosaurios. El suelo está lleno de troncos de árboles caídos de 50 o 70 metros, cepas de inmensas moles arrancadas por las tormentas, helechos del tamaño de un almendro, etc. Sobre los troncos muertos, y gracias a la humedad, germinan los nuevos individuos que crecerán rectos hacia la luz de dosel, unos 60 metros más arriba. Este bosque está asentado sobre los cadáveres de sus antepasados. Estos arbolitos pueden llegar a vivir cerca de 1000 años, y en este enclave la mayoría tienen más de 700.
Bajamos finalmente a Victoria, la capital de la isla. Dormiremos aquí, si nos deja el club que hay bajo el hotel.
Llegada a la Isla de Vancouver (20 de junio)
El ferry viaja entre un laberinto de islas. Cimas antíguas de montañas heladas que son fiordos desde la última galciación.
Las aguas son tranquilas. El aire húmedo y frío. Vamos en la proa para ver aves (bird watcher nos llaman) y focas. En el fondo esperamos ver alguna orca, muy frecuentes en estas aguas según dicen.
Las islas están cubiertas de vegetación. Bosques mixtos dominados por coníferas y con algún madroño local de 30 metros que nos indican lo relativamente templado de la zona. Salpicadas aquí y allá hay pintorescas casitas, la mayoría con puerto adosado, que vienen costando entre 1 y 2 millones de dólares.
El viaje se hace agradable. Los paisajes son expectaculares, con las montañas del Parque Nacional de las Cascadas y los Montes Olímpicos en el orizonte.
A lo largo del viaje sale sol, cosa que a los "berd guachers" nos alegra, porque con el trajín del ferry hace un frío de cuidao.
Esta tierra singular se antoja dura en el día a día. Quizás por eso la gente es menuda y gruesa.
El ferry hace un par de paradas. La primera en "Orca's Island", dnde una alegre gaviota no ssaluda y me deja hacerle un retrato.
La segunda en "Friday Harbour", un puerto lleno de veleros y pintorescas casitas de madera pintada de mil colores, que se extienden ladera abajo hasta el mar.
Los bosques de Vancouver son expectaculares. Enormes coníferas de 50 metros que dan lugar a ambientes umbrosos. El sotobosque es rico en arbustillos d eporte más o menos rasrero y miles de helechos. Se parecen a aquellos en los que se perdían los duendes y los gnomos. Realmente todo un expectáculo.
Las aguas son tranquilas. El aire húmedo y frío. Vamos en la proa para ver aves (bird watcher nos llaman) y focas. En el fondo esperamos ver alguna orca, muy frecuentes en estas aguas según dicen.
Las islas están cubiertas de vegetación. Bosques mixtos dominados por coníferas y con algún madroño local de 30 metros que nos indican lo relativamente templado de la zona. Salpicadas aquí y allá hay pintorescas casitas, la mayoría con puerto adosado, que vienen costando entre 1 y 2 millones de dólares.
El viaje se hace agradable. Los paisajes son expectaculares, con las montañas del Parque Nacional de las Cascadas y los Montes Olímpicos en el orizonte.
A lo largo del viaje sale sol, cosa que a los "berd guachers" nos alegra, porque con el trajín del ferry hace un frío de cuidao.
Esta tierra singular se antoja dura en el día a día. Quizás por eso la gente es menuda y gruesa.
El ferry hace un par de paradas. La primera en "Orca's Island", dnde una alegre gaviota no ssaluda y me deja hacerle un retrato.
La segunda en "Friday Harbour", un puerto lleno de veleros y pintorescas casitas de madera pintada de mil colores, que se extienden ladera abajo hasta el mar.
Los bosques de Vancouver son expectaculares. Enormes coníferas de 50 metros que dan lugar a ambientes umbrosos. El sotobosque es rico en arbustillos d eporte más o menos rasrero y miles de helechos. Se parecen a aquellos en los que se perdían los duendes y los gnomos. Realmente todo un expectáculo.
Fidalgo County Inn (19 de junio)
Los hoteles estadounidenses son como en las pelis. Cama grande. Habitación grande. Televisión grande.
Están en las afueras, como este Fidalgo County Inn. Es un edificio de madera pintado de blanco en medio de un bosque de abetos de Douglas. Vamos a cogerlo con ganas. Llevamos ya 24 horas en pie y hemos maldormido un poco en el avión de Toronto a Seattle. Luego hemos agarrado el coche y nos hemos saltado por la noche una etapa entera para ganar el tiempo perdido por el jodido avión. El jetlag nos acuna entre sus algodones y caemos rendidos.
Un, dos, tres ¡A dormir!
Están en las afueras, como este Fidalgo County Inn. Es un edificio de madera pintado de blanco en medio de un bosque de abetos de Douglas. Vamos a cogerlo con ganas. Llevamos ya 24 horas en pie y hemos maldormido un poco en el avión de Toronto a Seattle. Luego hemos agarrado el coche y nos hemos saltado por la noche una etapa entera para ganar el tiempo perdido por el jodido avión. El jetlag nos acuna entre sus algodones y caemos rendidos.
Un, dos, tres ¡A dormir!
Paso de la aduana (19 de junio)
Simpática la aduana estadounidense. Todo muy serio. Muy perfecto. Te toman huellas, fotos. A Juan Luís le han arrestado. Tiene la suerte de llamarse igual que un etarra y lo han tenido 15 minutos incomunicado. Está acostumbrado.
Lo más curioso de todo es que la aduana está en Toronto, Canadá, a cientos de kilómetros de la frontera. Hay una parte del aeropuerto que está bajo jurisdicción nortamericana.
Ahora son las 11 de la noche allí. Aquí las 5 de la tarde. Cuando lleguemos a Seattle os habremos perdido otras 3 horas. Estamos sentados en el avión.
Churri, este azafato negro te encantaría. Buf...
Lo más curioso de todo es que la aduana está en Toronto, Canadá, a cientos de kilómetros de la frontera. Hay una parte del aeropuerto que está bajo jurisdicción nortamericana.
Ahora son las 11 de la noche allí. Aquí las 5 de la tarde. Cuando lleguemos a Seattle os habremos perdido otras 3 horas. Estamos sentados en el avión.
Churri, este azafato negro te encantaría. Buf...
Volando voy (19 de junio)
Por fin hemos salido. Nos encontramos en algún punto intermedio sobre el océano. La altura es superior a la deseada por alguno. Hace una hora atravesamos la borrasca que os visitará el fin de semana.
Me acordé de Toni, con su fobia a los aviones. Yo me sentía más bien como si tuviera 20 años, en aquellos trenes azules que nos llevaban a la facultad, llenos de gente y movimiento. En ellos yo leía, como hoy. Leí allí casi todo lo que he leído nunca, y es que 3 horas diarias de tren dan para muchos libros.
Como preparación al viaje, he aprovechado un regalo. De un tirón me he recorrido la provincia de Guadalajara de la mano del mismo amigo que me la presentó hace 15 años. Yo, que soy más de granitos, he decidido acudir a él, siempre de caliza, para tener claro de dónde vengo. Tiempo tendré en este viaje de saber a donde voy.
Algunos de los paseos, incluso el último, ya lo habíamos recorrido juntos él y yo. Este librito me ha traído gratos recuerdos.
Ahora que sigo en el avión me sumerjo en José Hierro al llegar a la costa del Canadá. En él me encuentro con una cita de Nietzsche: "Consideramos la ciencia con la óptica del artista y el arte con la óptica de la vida". Si ya sabía que yo acabaría abrazad a un caballo.
Me acordé de Toni, con su fobia a los aviones. Yo me sentía más bien como si tuviera 20 años, en aquellos trenes azules que nos llevaban a la facultad, llenos de gente y movimiento. En ellos yo leía, como hoy. Leí allí casi todo lo que he leído nunca, y es que 3 horas diarias de tren dan para muchos libros.
Como preparación al viaje, he aprovechado un regalo. De un tirón me he recorrido la provincia de Guadalajara de la mano del mismo amigo que me la presentó hace 15 años. Yo, que soy más de granitos, he decidido acudir a él, siempre de caliza, para tener claro de dónde vengo. Tiempo tendré en este viaje de saber a donde voy.
Algunos de los paseos, incluso el último, ya lo habíamos recorrido juntos él y yo. Este librito me ha traído gratos recuerdos.
Ahora que sigo en el avión me sumerjo en José Hierro al llegar a la costa del Canadá. En él me encuentro con una cita de Nietzsche: "Consideramos la ciencia con la óptica del artista y el arte con la óptica de la vida". Si ya sabía que yo acabaría abrazad a un caballo.
miércoles, junio 18
El día de la marmota
A estas horas deberíamos estar saliendo desde Toronto hacia Seattle. Miguel Ángel ya debe estar volando. A nosotros, amablemente, nos han dicho que el avión estaba averiado en Toronto y que no había volado, por lo que hasta mañana no tendremos vuelo. Tenemos que saltarnos una etapa, así que mañana por la noche, cuando lleguemos, nos tendremos que hacer la primera etapa sin dormir en Seattle, como estaba planeado. En fin, mañana Volvemos a empezar. Esta vez esperemos que haya vuelo.
Bueno, la próxima entrada espero que sea desde Canadá, a punto de coger un Ferry para la Isla de Vancouver. 4.000 mm llueve allí. Teniendo en cuenta que en el centro de la Península llueve en torno a 450, pues echad cuenta. Ya os contaré. Besitos.
Bueno, la próxima entrada espero que sea desde Canadá, a punto de coger un Ferry para la Isla de Vancouver. 4.000 mm llueve allí. Teniendo en cuenta que en el centro de la Península llueve en torno a 450, pues echad cuenta. Ya os contaré. Besitos.
martes, junio 17
De donde venimos
El mediterráneo. No el mar. El ambiente mediterráneo. Cuna de la civilización, de las civilizaciones. A medio camino entre el ecuador y los polos. Inviernos fríos, duros, secos. Veranos tórridos, ardientes, secos. Primaveras y otoños lluviosos. A veces años torrenciales. A veces sequías. Idas y venidas que dependen, dicen, del ciclo de la Corriente del Niño. Yo, más mundano en estos momentos, prefiero la opinión del poeta, menos científica quizás, pero más nuestra:
Tranquilos los españolísimos, traduzco.
Para estudiar el clima de un lugar se parte de aquellas estaciones que ya vimos. Con series largas, de al menos 30 años de datos diarios, se establecen unas medias de precipitación y de temperatura. Dependiendo del lugar y del clima esas medias se encuentran dentro de unos intervalos. No os aburro más. Si alguno quiere más detalles, os dejo aquí un enlace a una web bioclimática.
El estudio del clima mediterráneo es una frustración. Esas medias son de risa. Como diría un demoscópico político, solo señalan tendencias. Es casi imposible predecir cómo vendrá este año. Si habrá sequía o catástrofe. Dicen los judíos que "la única regularidad del clima mediterráneo es su falta de regularidad".
Venimos de aquí. De en medio de este clima. De la zona más extrema del clima mediterráneo. El centro de la Península Ibérica suma a esta dureza una continentalidad elevada ¡Que se lo digan a los Alcarreños! En este área estamos nosotros hoy, esta noche. Mañana parece ser que no.
Dejo aquí la primera imágen, la del origen. Es un meandro del río Henares. Esta foto tiene su intrahistoria, pero solo nos interesa a él y a mí. Solo decir que algunas cosas que vivimos juntos me acompañarán durante el viaje para matar los tiempos muertos.
Ahora, permitidme, he de cumplir con el corazón. Otro día me pondré lírico. La próxima entrada desde las Américas ¡Qué nervios!
Al meu país la pluja no sap ploure:
o plou poc o plou massa;
si plou poc és la sequera,
si plou massa és la catàstrofe.
Qui portarà la pluja a escola?
Qui li dirà com s'ha de ploure?
Al meu país la pluja no sap ploure.
Tranquilos los españolísimos, traduzco.
En mi país la lluvia no sabe llover:
o llueve poco o llueve mucho;
si llueve poco es la sequía,
si llueve mucho es la catástrofe.
¿Quién llevará a la lluvia a la escuela?
¿Quién la dirá como se debe llover?
En mi país la lluvia no sabe llover
Para estudiar el clima de un lugar se parte de aquellas estaciones que ya vimos. Con series largas, de al menos 30 años de datos diarios, se establecen unas medias de precipitación y de temperatura. Dependiendo del lugar y del clima esas medias se encuentran dentro de unos intervalos. No os aburro más. Si alguno quiere más detalles, os dejo aquí un enlace a una web bioclimática.
El estudio del clima mediterráneo es una frustración. Esas medias son de risa. Como diría un demoscópico político, solo señalan tendencias. Es casi imposible predecir cómo vendrá este año. Si habrá sequía o catástrofe. Dicen los judíos que "la única regularidad del clima mediterráneo es su falta de regularidad".
Venimos de aquí. De en medio de este clima. De la zona más extrema del clima mediterráneo. El centro de la Península Ibérica suma a esta dureza una continentalidad elevada ¡Que se lo digan a los Alcarreños! En este área estamos nosotros hoy, esta noche. Mañana parece ser que no.
Dejo aquí la primera imágen, la del origen. Es un meandro del río Henares. Esta foto tiene su intrahistoria, pero solo nos interesa a él y a mí. Solo decir que algunas cosas que vivimos juntos me acompañarán durante el viaje para matar los tiempos muertos.
Ahora, permitidme, he de cumplir con el corazón. Otro día me pondré lírico. La próxima entrada desde las Américas ¡Qué nervios!
Últimos preparativos
Días de nervios estos últimos. O más bien de ajetreo. Entre unas cosas y otras siempre se dejan las pequeñas cosas para cuando menos tiempo se tiene, con la consecuencia ineludible de que se van amontonando en los últimos momentos, escapándose con su pequeño tamaño entre los dedos, dejando ese rastro invisible hecho de sensaciones imperceptibles de agua entre los dedos. Me da la sensación de que moriré dejándome algo en el tintero.
Escribo. Es tarde, más de media noche. Ella duerme a mi lado mientras me mira y ya me echa de menos. La comprendo. Ahora no existe el tiempo sin sus ojos. Recién terminados algunos asuntos monetarios, con el consecuente sinsabor que el vil metal y sus usureros dejan en los clientes, me he venido a tumbar para descansar la maltrecha espalda. Apoyado sobre las almohadas reflexiono cómo vamos llegando a cada rincón de nuestra vida, cómo nos vemos arrastrados por la corriente que se desplomará más abajo en cualquier cascada mientras la voluntad tan solo puede fingir, ilusa, que elige la corriente que la defenestre.
Pero es mejor empezar por el principio.
Hacía frío. Esta primavera parece un otoño vestido de esperanza y se empeña en sorprendernos. Es difícil concentrarse entre tanto no sé qué, tanta incertidumbre. Estás a lo tuyo, como ofendido por ser uno más sin intentar salir de nada. La oportunidad, quizás no la esperada, te sorprende en cualquier doblez de un papel mal fotocopiado. "¿Tú te vendrías a Norteamérica este año?". Rápido, sin pasar por sustancias grises ni blancas que valgan, las sensaciones van de los tímpanos a la punta de la lengua. "¡Claro que sí!". Y te ves metido en algo que no se te habría ocurrido nunca. "Necesitamos un fotógrafo y nos sobra un sitio para dormir en los hoteles, pero...". Era demasiado bonito. Se ha activado ya la sustancia gris y los relámpagos corren tras los pensamientos sin poder darles caza. Viaje a Norteamérica. A inventariar vegetación. A recorrer la costa entre Las Rocosas y las playas. ¡Y además de fotógrafo! ¿Estaré a la altura del espectáculo? Sin embargo tiene que haber un pero. Lo hay. "... pero has de terminar todo lo que está pendiente antes de irnos". Nada nuevo bajo el sol, que diría Flanagan frente a la estampida de indios justo antes de sonar la corneta del séptimo de caballería. Tan solo hay que hacer en mes y medio el trabajo que tres personas tardarían tres meses en hacer decentemente. Estoy acostumbrado. España va bien.
Llega el poco dormir y el menos descansar. El dolor de espalda. O de mandíbula. La tensión de no terminar los imposibles. La frustración de no ser siquiera inmejorable. Las ganas de soltar dos hostias bien dadas. Así los pensamientos nocturnos se atropellan. Tengo que hacer con tiempo esto, tengo que comprar aquello, tengo que arreglar esa otra cosa. Pero mañana no hay tiempo. Y hoy te sobrarán cosas que hacer para mañana. La cabeza se desquicia, no descansa, se atormenta. Ay, si al menos pudiera. Pero se acercan los cuarenta y cada vez necesitas más tranquilidad y tiempo, a pesar de la técnica depurada.
Y aquello no encuentra hueco. Las tardes no se quedan libres para bajar a Madrid. Los jodidos bancos siguen sin abrir los sábados. Las facturas llegan. Cruzar la vía del tren empieza a parece la búsqueda de El Dorado. Por fin te atropellan las vísperas. ¡Tantas cosas sin hacer! Agarras el teléfono. Te conectas a Internet. ¡Es imposible! Hay que firmar aquello, hay que llevar el otro papel, no abrimos esta tarde, cerramos a las siete, eso le va a tardar por lo menos una semana, pues sin DNI no se puede hacer, vaya por dios, otro jodido buitre se ha toñao contra el puto molino de los cojones.
El caso es que mal que bien vas saliendo de unos y otros, vas terminando las deudas, vas pagando facturas, vas besando los labios amados, sintiendo el roce de su piel.
La ciencia geobotánica ha cambiado mucho con el paso de los años. Ahora es posible realizar con una máquina modesta operaciones que Braun Blanquet hubiera tardado 10 tesis en soñar. La red de redes permite obtener en apenas unos segundos los datos pacientemente almacenados por lustros de lugares concretos en los que, muchas veces, un granjero aficionado o un maestro rural de escuela, han dedicado una vida a mirar día tras día su termómetro de máximas y mínimas y el pluviómetro de su jardín. Loeffling tardó casi un año en cruzar de norte a sur Europa camino de las Américas aprovechando el parsimonioso ritmo de su viaje para mandarle pliegos a su maestro, Linneo, antes de comenzar su verdadero trabajo botánico al otro lado del océano. Cuando ya en el siglo XX Pius Font i Quer recorría la Península lo hacía en tren y burro. Ahora cogemos un avión y al día siguiente estamos al otro lado del mundo, montados en un coche que nos permite recorrer 600 Km al día de aquí para allá.
Nuestro viaje empezó mucho antes. No ya con los primeros trabajos sobre vegetación de Norteamérica, algo que si nos remontamos ni siquiera seríamos capaces de plasmar en algo tan sencillo como un blog. Me refiero a esta expedición modesta. El cálculo paciente de docenas de índices bioclimáticos a partir de unas pocas medias es la base científica de lo que vamos a realizar. Alguno de esos índices, el llamado It (Índice de Termicidad), denota, entre otras cosas, la mediterraneidad de un clima. Vamos a visitar estaciones que a priori son mediterráneas. Pretendemos recoger de ellas los datos de la vegetación que las rodea, las formaciones vegetales que se corresponden con el clima concreto de esa estación. Cuantas más estaciones visitemos, más datos obtendremos. Con ellos, entre otras cosas, se pretende averiguar cuál será el índice bioclimático más potente para predecir la vegetación, o qué combinación de índices. Quién sabe si aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, desarrollamos un modelo cartográfico lo suficientemente exacto.
Dentro de esta vorágine hacía falta alguien que supiera de qué va el tema, aunque sea por encima, y que supiera utilizar medianamente una cámara fotográfica para obtener imágenes con la suficiente calidad. Ahí parece ser que es donde entraba la necesidad de este esclavo de la luz.
Manolo, el jefe, es el que sabe. El que prepara todos los detalles y distribuye el trabajo. El que más años lleva visitando aquellas tierras y más tiene estudiado, leído y razonado el proyecto en toda su magnitud.
Juan Luís es el estadístico y, dice él, vete tú a saber, el encargado de las determinaciones.
Miguel Ángel es el doctorando. Mexicano y de formación en musgos, parece que se encontró con la oportunidad de hacer una tesis, cosas difícil en su país, y se vino para acá.
Yo soy... bueno, el anejado. El que no ha ido nunca ni sabe de qué va aquello, pero tiene formación botánica y en fotografía. Pero sobre todo el que estaba en el lugar exacto y en el momento adecuado. Más allá de todo objetivo o aspiración científica, mi idea es disfrutar.
Ahora está bocabajo, a mi lado. Roza casi imperceptible mi pierna con su mano. Su respiración tranquila acaricia el vello de mi muslo. Me gusta mirar como duerme. Me gusta que me despierte mil veces dando vueltas hasta que cae dormida. Me gusta desarroparme despacio para no despertarla a la búsqueda de aire fresco. Esta noche abriré la ventana para que entre el fresco. Cogeré su mano. Dormiremos juntos.
Escribo. Es tarde, más de media noche. Ella duerme a mi lado mientras me mira y ya me echa de menos. La comprendo. Ahora no existe el tiempo sin sus ojos. Recién terminados algunos asuntos monetarios, con el consecuente sinsabor que el vil metal y sus usureros dejan en los clientes, me he venido a tumbar para descansar la maltrecha espalda. Apoyado sobre las almohadas reflexiono cómo vamos llegando a cada rincón de nuestra vida, cómo nos vemos arrastrados por la corriente que se desplomará más abajo en cualquier cascada mientras la voluntad tan solo puede fingir, ilusa, que elige la corriente que la defenestre.
Pero es mejor empezar por el principio.
Hacía frío. Esta primavera parece un otoño vestido de esperanza y se empeña en sorprendernos. Es difícil concentrarse entre tanto no sé qué, tanta incertidumbre. Estás a lo tuyo, como ofendido por ser uno más sin intentar salir de nada. La oportunidad, quizás no la esperada, te sorprende en cualquier doblez de un papel mal fotocopiado. "¿Tú te vendrías a Norteamérica este año?". Rápido, sin pasar por sustancias grises ni blancas que valgan, las sensaciones van de los tímpanos a la punta de la lengua. "¡Claro que sí!". Y te ves metido en algo que no se te habría ocurrido nunca. "Necesitamos un fotógrafo y nos sobra un sitio para dormir en los hoteles, pero...". Era demasiado bonito. Se ha activado ya la sustancia gris y los relámpagos corren tras los pensamientos sin poder darles caza. Viaje a Norteamérica. A inventariar vegetación. A recorrer la costa entre Las Rocosas y las playas. ¡Y además de fotógrafo! ¿Estaré a la altura del espectáculo? Sin embargo tiene que haber un pero. Lo hay. "... pero has de terminar todo lo que está pendiente antes de irnos". Nada nuevo bajo el sol, que diría Flanagan frente a la estampida de indios justo antes de sonar la corneta del séptimo de caballería. Tan solo hay que hacer en mes y medio el trabajo que tres personas tardarían tres meses en hacer decentemente. Estoy acostumbrado. España va bien.
Llega el poco dormir y el menos descansar. El dolor de espalda. O de mandíbula. La tensión de no terminar los imposibles. La frustración de no ser siquiera inmejorable. Las ganas de soltar dos hostias bien dadas. Así los pensamientos nocturnos se atropellan. Tengo que hacer con tiempo esto, tengo que comprar aquello, tengo que arreglar esa otra cosa. Pero mañana no hay tiempo. Y hoy te sobrarán cosas que hacer para mañana. La cabeza se desquicia, no descansa, se atormenta. Ay, si al menos pudiera. Pero se acercan los cuarenta y cada vez necesitas más tranquilidad y tiempo, a pesar de la técnica depurada.
Y aquello no encuentra hueco. Las tardes no se quedan libres para bajar a Madrid. Los jodidos bancos siguen sin abrir los sábados. Las facturas llegan. Cruzar la vía del tren empieza a parece la búsqueda de El Dorado. Por fin te atropellan las vísperas. ¡Tantas cosas sin hacer! Agarras el teléfono. Te conectas a Internet. ¡Es imposible! Hay que firmar aquello, hay que llevar el otro papel, no abrimos esta tarde, cerramos a las siete, eso le va a tardar por lo menos una semana, pues sin DNI no se puede hacer, vaya por dios, otro jodido buitre se ha toñao contra el puto molino de los cojones.
El caso es que mal que bien vas saliendo de unos y otros, vas terminando las deudas, vas pagando facturas, vas besando los labios amados, sintiendo el roce de su piel.
La ciencia geobotánica ha cambiado mucho con el paso de los años. Ahora es posible realizar con una máquina modesta operaciones que Braun Blanquet hubiera tardado 10 tesis en soñar. La red de redes permite obtener en apenas unos segundos los datos pacientemente almacenados por lustros de lugares concretos en los que, muchas veces, un granjero aficionado o un maestro rural de escuela, han dedicado una vida a mirar día tras día su termómetro de máximas y mínimas y el pluviómetro de su jardín. Loeffling tardó casi un año en cruzar de norte a sur Europa camino de las Américas aprovechando el parsimonioso ritmo de su viaje para mandarle pliegos a su maestro, Linneo, antes de comenzar su verdadero trabajo botánico al otro lado del océano. Cuando ya en el siglo XX Pius Font i Quer recorría la Península lo hacía en tren y burro. Ahora cogemos un avión y al día siguiente estamos al otro lado del mundo, montados en un coche que nos permite recorrer 600 Km al día de aquí para allá.
Nuestro viaje empezó mucho antes. No ya con los primeros trabajos sobre vegetación de Norteamérica, algo que si nos remontamos ni siquiera seríamos capaces de plasmar en algo tan sencillo como un blog. Me refiero a esta expedición modesta. El cálculo paciente de docenas de índices bioclimáticos a partir de unas pocas medias es la base científica de lo que vamos a realizar. Alguno de esos índices, el llamado It (Índice de Termicidad), denota, entre otras cosas, la mediterraneidad de un clima. Vamos a visitar estaciones que a priori son mediterráneas. Pretendemos recoger de ellas los datos de la vegetación que las rodea, las formaciones vegetales que se corresponden con el clima concreto de esa estación. Cuantas más estaciones visitemos, más datos obtendremos. Con ellos, entre otras cosas, se pretende averiguar cuál será el índice bioclimático más potente para predecir la vegetación, o qué combinación de índices. Quién sabe si aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, desarrollamos un modelo cartográfico lo suficientemente exacto.
Dentro de esta vorágine hacía falta alguien que supiera de qué va el tema, aunque sea por encima, y que supiera utilizar medianamente una cámara fotográfica para obtener imágenes con la suficiente calidad. Ahí parece ser que es donde entraba la necesidad de este esclavo de la luz.
Manolo, el jefe, es el que sabe. El que prepara todos los detalles y distribuye el trabajo. El que más años lleva visitando aquellas tierras y más tiene estudiado, leído y razonado el proyecto en toda su magnitud.
Juan Luís es el estadístico y, dice él, vete tú a saber, el encargado de las determinaciones.
Miguel Ángel es el doctorando. Mexicano y de formación en musgos, parece que se encontró con la oportunidad de hacer una tesis, cosas difícil en su país, y se vino para acá.
Yo soy... bueno, el anejado. El que no ha ido nunca ni sabe de qué va aquello, pero tiene formación botánica y en fotografía. Pero sobre todo el que estaba en el lugar exacto y en el momento adecuado. Más allá de todo objetivo o aspiración científica, mi idea es disfrutar.
Ahora está bocabajo, a mi lado. Roza casi imperceptible mi pierna con su mano. Su respiración tranquila acaricia el vello de mi muslo. Me gusta mirar como duerme. Me gusta que me despierte mil veces dando vueltas hasta que cae dormida. Me gusta desarroparme despacio para no despertarla a la búsqueda de aire fresco. Esta noche abriré la ventana para que entre el fresco. Cogeré su mano. Dormiremos juntos.
Comencemos por el principio
Bueno, pues aquí comienza la singladura.
Manolo, el Jefe, ha mandado ya el itinerario concreto del viaje. Visitaremos una franja del oeste norteamericano comprendido entre Las Rocosas y el Pacífico, abarcando toda la costa del estado de Washington y parte del de Oregón, además de una incursión en la British Columbia canadiense para visitar algunas estaciones de la Isla de Vancouver.
La idea es inventariar la vegetación de diferentes estaciones climáticas de las que tenemos toda clase de índices bioclimáticos para tratar de inferir regularidades. Bueno, eso estos que llevan 20 años viajando por estos lares. A mí me basta con que me lleven, me traigan y me enseñen cosas. Ah, y hacer un buen reportaje fotográfico. La lástima es que hasta el último día no podré invertir en una cámara por requerimientos del viaje, por lo que lo haré entero con la D70 de Nikon de la Cátedra y algunos objetivillos de mi propiedad. A ver qué podemos sacar.
Os iré metiendo post con las cosas que nos vayan sucediendo y algunas imágenes de las que tomemos. Espero que todos le déis vidilla a este blog para que sepa que os acordáis de nosotros. Pasaré lista, y al que no esté le cobraré en cervezas la decepción.
Os enlazo aquí a un archivo .kmz para GoogleEarth por si alguno quiere hacerse una idea del itinerario. Tranquilos, si no tenéis el GoogleEarth, os dejo ambién un enlace a un vídeo del youtube para ver el itinerario virtual.
Como inicio de este viaje y bienvenida a los que esperáis que esto siga para adelante, aquí os dejo el saludo.
Manolo, el Jefe, ha mandado ya el itinerario concreto del viaje. Visitaremos una franja del oeste norteamericano comprendido entre Las Rocosas y el Pacífico, abarcando toda la costa del estado de Washington y parte del de Oregón, además de una incursión en la British Columbia canadiense para visitar algunas estaciones de la Isla de Vancouver.
La idea es inventariar la vegetación de diferentes estaciones climáticas de las que tenemos toda clase de índices bioclimáticos para tratar de inferir regularidades. Bueno, eso estos que llevan 20 años viajando por estos lares. A mí me basta con que me lleven, me traigan y me enseñen cosas. Ah, y hacer un buen reportaje fotográfico. La lástima es que hasta el último día no podré invertir en una cámara por requerimientos del viaje, por lo que lo haré entero con la D70 de Nikon de la Cátedra y algunos objetivillos de mi propiedad. A ver qué podemos sacar.
Os iré metiendo post con las cosas que nos vayan sucediendo y algunas imágenes de las que tomemos. Espero que todos le déis vidilla a este blog para que sepa que os acordáis de nosotros. Pasaré lista, y al que no esté le cobraré en cervezas la decepción.
Os enlazo aquí a un archivo .kmz para GoogleEarth por si alguno quiere hacerse una idea del itinerario. Tranquilos, si no tenéis el GoogleEarth, os dejo ambién un enlace a un vídeo del youtube para ver el itinerario virtual.
Como inicio de este viaje y bienvenida a los que esperáis que esto siga para adelante, aquí os dejo el saludo.
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